Tengo un temor permanente de arruinar a mis hijos. ¿Cuántas veces como adultos nos oímos culpar a nuestros padres por nuestras deficiencias? Nunca puedo ser constante porque mis padres nunca me hicieron ceñirme a algo. Si mis padres hubieran controlado más mi calificaciones, probablemente tendría una mejor carrera en este momento. Mis padres nunca me decían que me amaban, así que no sé cómo expresar mis emociones. Y la lista continúa.
Cada vez que llego tarde para dejar a mi hija en un evento, y me pregunta cortésmente en el auto: “Mamá, ¿no llegamos un poco tarde?”. Pienso que ella sabe que soy la culpable. Crecerá sin ser puntual, todo porque llegué tarde a ese cumpleaños de princesas cuando tenía ocho años. La he arruinado.
Y luego hay ocasiones en las que creo que mis hijos estarían mejor con una madre más capacitada. Por lo general, esto se me viene a la mente al planificar una de sus fiestas de cumpleaños. Paso todo este tiempo buscando ideas de decoración, recetas temáticas y mesas dulces dignas de Instagram. Y termino llamando a Publix tres días antes de la fiesta para ver si pueden hacerme un pastel de cumpleaños de superhéroe. “Sí, señora, no olvide traernos los adornos para el pastel”, contesta el repostero. Nuevamente, algo para lo que no estoy preparada. Mi hijo realmente merece una de esas mamás de Pinterest, pero lo que recibe es más una mamá de Amazon Prime.
O esos momentos en los que me doy cuenta de que mi hija es muy buena en gimnasia, pero no tengo nada de ganas de llevarla cada tarde para que practique o de viajar un fin de semana a un sitio en el medio de la nada para una competencia. A ella le vendría muy bien una de esas mamás dedicadas a forjarle una carrera.
Bien, sé que estoy siendo un poco dura conmigo misma, pero es cierto: ¿Con qué frecuencia nos juzgamos por no ser los padres que creemos que deberíamos ser? “Deberíamos” es la palabra clave aquí.
Esta es la primera mentira que nos decimos al juzgar nuestras propias habilidades de crianza. Hay una gran diferencia entre el tipo de padres que creemos que deberíamos ser y los padres reales que somos. Y el primer paso para convertirnos en mejores padres es aceptar el tipo de especie que somos al criar a nuestros pequeños.
No soy mamá de Pinterest ni seré la manager de mi hijo. A medida que mis hijos comienzan a crecer y se interesan por las manualidades o algún tipo de habilidad, tengo la esperanza de que sean ingeniosos y de que estén lo suficientemente motivados para encontrar una manera de nutrir esa parte de ellos. ¿Por qué? Porque soy la mamá que les enseña a sus hijos a ser ingeniosos, independientes y curiosos. Esas son algunas de las características que considero importantes inculcar en mis hijos.
¿Podrían nuestros hijos beneficiarse de otros estilos de crianza? Absolutamente. Pero nos engañamos cuando pensamos que somos completamente responsables de influir en la persona que es nuestro hijo/a. Damos lo que sabemos dar, y eso debe ser suficiente para darnos tranquilidad.
Ahora, hablando con sinceridad, no solo damos las cosas buenas. La forma en que me juzgo por no ser “mejor” también es un rasgo que estoy en riesgo de transmitir tanto como mi capacidad de ser ingeniosa. Por lo tanto, si bien nos enfocamos en todos estos hábitos que queremos transmitir a nuestros hijos, rara vez prestamos atención al lado oscuro de nuestros esfuerzos. Si pudiéramos estar en paz con lo que tenemos para ofrecer y tener fe de que el resto son cosas que descubrirán en el camino, ya estamos siendo mejores padres.
En varias creencias religiosas, hay un claro pretexto para la crianza de los hijos que no es perfecta. Algunos creen que “Dios solo nos da lo que podemos manejar”. Así que, en realidad, ya estamos capacitados para ser los padres de estos niños. Y lo mejor de nosotros debería ser suficientemente bueno. Otros creen que el alma en realidad elige a los padres. Bueno, entonces, recibimos lo que pedimos, ¿verdad?
Dejando de lado las bromas, somos los mejores padres para nuestros hijos. Y los padres que tuvimos también fueron la mejor opción para nosotros. ¿Por qué? Porque no importa si fueron un “buen” ejemplo o un “mal” ejemplo, fueron parte de lo que nos formó. Como adultos, si tenemos una conciencia adecuada de nosotros mismos, sabremos qué hacer con lo que aprendimos de nuestros padres.
Una cosa que aprendí al pasar de la niñez a la adultez es que los adultos están lejos de ser perfectos. El hecho de que estén a cargo de personas pequeñas no significa que sean infalibles o siquiera capaces. Este es un pensamiento que elijo transmitir a mis hijos.
Cuando mi hija me mira para encontrar respuestas, y se aferra a cada palabra que digo, le recuerdo que no soy perfecta. Le digo que hago lo mejor que puedo, pero que habrá ocasiones en las que su intuición le dirá que lo que estoy diciendo o haciendo no es correcto. Ella sabe que no debe llamarme la atención en el ardor del momento. (¡No estoy criando a ninguna tonta!) Pero le da un grado de confianza en su propia intuición y en sí misma, además de enseñarle la lección más importante de todas: la compasión.
Podemos enseñar a nuestros hijos a tener compasión no solo por el mundo, sino por sus padres. Porque la necesitamos muchísimo, de nosotros mismos y de nuestros pequeños. No, padres, no somos perfectos. Pero eso está bien. Después de todo, ¿no es eso lo que tratamos de enseñarles a nuestros hijos? Que no se acaba todo cuando cometemos errores. Rodearnos de personas que nos aman y nos entienden. Perdonar. No sé qué les parece a ustedes, pero, para mí, es un gran legado para dejar.